viernes, 23 de octubre de 2009

NAVE MENTAL de Gerard F. Conway

NAVE MENTAL
Gerard F. Conway


Hacía tres semanas que habíamos salido de Centauro cuando saltó nuestro Fusible.
Era un hombre delgado, casi escuálido; las arrugas y las huellas de la edad le surcaban la piel, tan fina como un papel, pero era un hombre joven, como podía verse por la forma en que se movía, con soltura, deslizándose con ese impulso irrefrenable de los que son todavía nuevos en el espacio, ese tipo de voltereta desequilibrada que lo hace a uno tragarse las paredes, golpearse la cabeza contra las compuertas bajas y quedar lleno de moretones y tajos después del primer viaje. Se agitaba como una mosca en el agua, girando en todas direcciones, batiendo sus alas transparentes. De vez en cuando sonreía y, cuando la sonrisa llegaba, se quedaba un solo instante en los labios, tímida, como esperando que la soplaran. Si tuviera que elegir una palabra, una sola, para describirlo, diría «joven».
Como todos los Fusibles, era un Sensitivo. Se notaba por el modo en que sus manos
aleteaban sobre su regazo cuando se sentaba en el salón de descanso, por el modo en que tocaban y se posaban sobre los brazos del sillón, descansaban sobre sus rodillas, seguían viaje para quedar atrapadas debajo de los codos. Los dedos eran largas velas cetrinas, ahusadas e iluminadas por una fuente de luz interior, siempre pálidos y secos, rosados en las puntas, donde solían estar las uñas. Cuando hablaba, las manos saltaban y se zambullían, tejiendo tapices en el aire impregnado de café del salón donde nos desperezábamos, charlando y escuchando cuentos deliberadamente archisabidos. Cuando hablaba, la voz era calma, discreta, amable; bajaba la vista y se miraba las manos. A veces las miraba fijo, como si fueran algo ajeno a él, pájaros color carne que hacían nido en su regazo. Conozco esa mirada.
Tres semanas después, en nuestra tercera vuelta, saltó. Tuvimos suerte en poder volver al puerto; quiero decir: nosotros tuvimos suerte. La suya se acabó cuando subió a bordo del Charter.
No se puede pensar objetivamente en uno mismo; al menos eso es lo que me pasa a mí. No puedo juzgar: es demasiado fácil acallar los aspectos más sobrios de la personalidad y sacar a relucir el demonio que uno lleva adentro; demasiado fácil. Todos tendemos a considerarnos mártires.
Yo era capitán del charter cuando descendimos en Endrim. La mitad de la tripulación había salido despedida después de la última sacudida al doblar hacia la Región Posterior. El anterior Capitán había sido uno de los primeros en caer, naturalmente, y después de convertirme en el Primero, me hice cargo de todos, completé la travesía, hice que descendiéramos y mantuve a todo el mundo Afuera. Los mejores recursos, los más ingeniosos. Y con todo perdimos la mitad de la tripulación. Para cuando llegamos a Endrim éramos un montón de lisiados de una nave mental mutilada. Hasta el Maquinista estaba a punto de saltar. En algún momento de la segunda incursión, nuestro Fusible (un anciano que ya había pasado la tercera juventud, una cáscara arrugada, gris y rosa, que se las había arreglado para mantener las cosas en su lugar durante seis vueltas, con algunos ajustes menores, muy pero muy distinto del Fusible que nos colocamos en Endrim) sufrió un colapso y empezó a manipular los controles de las cápsulas en la enfermería de la nave; no sé como golpeó un eyector de módulos salvavidas y se precipitó desnudo a la Gran Nada. Jamás lo encontramos, aunque en ese momento estábamos demasiado ocupados para ponernos a buscar a un Sensitivo casi senil. Tal vez debimos enviar una cápsula en su busca.
Después que él saltó, todo pareció desmoronarse en los bordes, que empezaron a carcomerse hacia el centro, como la herrumbre en una lámina de zinc de mala calidad. Fue entonces cuando el Maquinista empezó a quejarse de tensiones en los ejes laterales, y fue entonces cuando la mitad de la tripulación saltó en pedazos y cayó, gritando, en la locura líquida. Un Fusible es algo muy útil en una nave mental: sin él, la tripulación tiende a disolverse en su propia locura.
Cuando llegamos a Endrim fijé como Prioridad Uno encontrar un nuevo Fusible.
En un puerto, en cualquier puerto, ya sea que está del lado de la luz o en la zona oscura de la espiral principal, se pueden encontrar tres tipos de distritos: los de placer, donde se reúnen los menos distinguidos, los «exclusivos para residentes locales», y las comunidades. Es en este último lugar donde hay que buscar cuando se quiere encontrar a un Sensitivo, y fue allí donde encontré al nuevo Fusible.
Yo estaba con el Cocinero. Él iba adelante; empujó la puerta y se inclinó para mantener separados los batientes y dejarme pasar; pasé agachado por debajo de la cortina y entré en un ambiente de humo dulce mezclado con un olor, menos perceptible, a polvo y el sabor seco, a veces sofocante, de la tierra envasada. Estaba oscuro, aunque clareaba un poco en los rincones, donde velas y lámparas de aceite hacían esfuerzos inútiles y desganados por disminuir la oscuridad. Pestañeé para defenderme del aguijón que hería los ojos y miré hacia las formas inmóviles que se recortaban en ese resplandor opaco.
- ¿Aquí?
- Claro que sí. Le juego cualquier cosa.
- Usted es mano.
Enderezándome, miré a mi alrededor, esperando que mis ojos se acostumbraran a la oscuridad; a mi lado el Cocinero barajaba posibilidades, buscando obviamente una cara familiar. Con tal que pudiera ver alguna cara... Endrim era su puerto natural; no había nacido allí, pero cuando pensaba en un lugar como hogar pensaba en Endrim. Había sido algo así como mi guía, aunque tenía la impresión de que algunas zonas del puerto le eran tan desconocidas como a mí. Una de las siluetas se movió, y se desplegó en la forma de una araña que recordaba vagamente a un hombre. El Cocinero se adelantó, levantó un brazo y le hizo señas de que se acercara al dueño de casa. Hablaron en voz baja mientras yo me recostaba contra una pared llena de grietas, para dar la impresión de que estaba tranquilo; pero estaba tenso. Era un capitán novel; éste era mi primer viaje y ésta mi primera selección de personal. No cabía duda, estaba tenso.
Se me acercaron; el dueño de casa se movía despacio, con un andar encorvado y deslizante: un Espacial. Lo miré y lo vi, en la oscuridad, el perfil izquierdo, arrugado, retorcido, surcado por un río subcutáneo color escarlata en el lugar donde se le había roto una red de capilares: un Fusible que había saltado..., uno que había estallado a tanta distancia que sus fragmentos se habían esparcido como arena en polvo. Sus ojos me encontraron, vio mi mirada y sonrió: una curva de los labios que apenas se desviaba de la línea general del rostro.
- No soy yo su hombre, Capitán. Tenemos un muchacho tranquilo, volvió como nuevo, fresquito, sin cicatrices, ya va a ver.
Su voz sonaba confusa, borroneada por la presión de los músculos destrozados en el cuello, - Vamos a verlo.
- Ya vuelvo. Espere. Tenga paciencia.
Se volvió y se deslizó hacia las sombras. Miré al Cocinero; no parecía verme.
¡Dios mío! Después el ex Fusible volvió, y detrás de él venía otro hombre. Perdón, un muchacho. Y así nomás, con un hombre que venía hacia mí desde la oscuridad, exploté, no en la superficie sino adentro, tan profundo, tan adentro que entonces no lo sentí, ni tal vez tampoco más tarde, cuando todo se precipitó afuera. Pero fue entonces, precisamente entonces, cuando exploté. Allí tomé mi primera decisión equivocada, cometí mi primer asesinato - el mío, el de ese Fusible -, intangible, no palpable, pero real e indeleble en mi mente en cuanto cobrara conciencia de su verdadero significado.
Sus manos se movían nerviosas a los costados del cuerpo y finalmente se detuvieron en los ojales del gabán, jugueteando con los alamares de cuero. No me hablaba a mí, hablaba hacia donde yo estaba y respondía suavemente a mis preguntas. Traté de comportarme como un profesional avezado.
- ¿Nombre?
Me lo dijo.
- ¿Es de Endrim?
Sacudió la cabeza y mencionó un lugar justo en el Centro.
- ¿Cómo llegó hasta aquí?
Con pasaje. Eso me alarmó: el pasaje del Centro a la periferia difícilmente resultaba
barato, y había muchos antiguos Espaciales capturados en la periferia que habían nacido abajo, hacia el espacio terrestre y que no podían volver para morir. Ni siquiera un comerciante habría tomado a un ex espacial después de su cuarta juventud, y esos ancianos estaban prácticamente desacreditados; a veces un charter otorga un pasaje gratis, pero no sucede a menudo, porque, cuando uno lo hace, el anciano se convierte en un esclavo de galeras de mala muerte y por lo general trabaja todavía más de lo que trabajó durante toda su vida espacial. Para colmo, el viaje espacial a la periferia es sólo de ida, es el último viaje, el salto final antes de la muerte... y aquí había un hombre que era casi un muchacho con un pasaje para el vaciadero de almas de la galaxia. Era raro, rarísimo.
Eso fue lo que le dije, y él se encogió de hombros mientras sus manos retorcían los
alamares del gabán.
- ¿Tiene experiencia?
Había estado en una vuelta y lo habían despedido cuando la nave perdió la licencia; era una nave trasbordadora, que hacía el servicio entre mundos del sistema de Endrim:
poco más que un juego de niños. No tenía experiencia; habría sido una variante
masoquista y suicida de mi parte tomarlo.
- Contrátelo - le dije al Cocinero.
Me volví, me abrí camino hasta la puerta de la comunidad y salí al frío aire nocturno de Endrim.
Cuando nos cortamos usamos cuchillos pequeños.
(No quiero mirar en el interior de mi alma: allí las preguntas son más oscuras que las respuestas; no quiero tener que saber, tener que verme, entender. Así que espero. Me muevo, rebano y recorto los pedazos de carne que tienen más importancia para mí, y al rebanar, corto a otros. ¿O es al revés? No se. No quiero saber.)
Era bastante buen Fusible. Con el tiempo y una experiencia que solventase su instinto, habría llegado a ser realmente bueno. Tenía un sentido natural de la calma, una manera de ser tranquila que hacía que uno se sintiese bien, relajaba los músculos tensos y aliviaba las ansiedades hasta dejarlas reducidas a un nudo en la garganta en lugar de un dolor lacerante. Era un Sensitivo: el sólo hecho de hablar con él tranquilizaba el espíritu.
Cuando estábamos en Marcha, se lo encontraba en todas partes, hablando, apaciguando, tranquilizando, ayudándonos a relajarnos: una mente entre nuestras mentes, una válvula de escape de nuestras tensiones combinadas, un alivio, un Fusible.
Durante esas semanas de nuestra primera vuelta como charter completo bajo mi mando, lo observé a medias; parecía estar siempre sólo a unos pocos metros de distancia, un factor constante de estabilidad por simple familiaridad. Cuando yo programaba una ruta o revisaba los planos y las líneas de la estructura mental que dirigía la nave, él estaba siempre allí: una presencia suave como la de un cordero, una actitud que no había manifestado ninguno de los anteriores Fusibles que habíamos tenido con el otro Capitán. Mientras los otros eran enormes, poderosos, absorbentes, él era pequeño, un desagüe subterráneo para nuestras frustraciones, y, sin embargo, presente en forma abrumadora; canalizaba la suciedad y la locura de nuestras mentes, manteniéndonos a todos en esa cuerda floja, en esa línea fronteriza entre el equilibrio y la alienación.
He oído describir a los Fusibles como imágenes maternales, como regazos psíquicos hacia donde se arrastran las mentes rectoras de la nave en los estados de tensión para que las acunen y las amen (para que las desagoten). Los venenos de las mentes enfermas que dirigen el vehículo mental tienen que ser eliminadas por absorción: el Fusible era la válvula que nos desagotaba.
Digo «nos»; eso incluye al Capitán. Sobre todo al Capitán. No hay ninguna mente realmente sana a bordo de una nave mental, sería una contradicción flagrante: las mentes sanas no proveen la cantidad de energía necesaria para retorcer el espacio o enviar un charter a la región Posterior. Las mentes sanas son las que compran pasaje, no la tripulación; las mentes sanas son inútiles cuando de espacio se trata.
Pero si hay alguien que tiene que ser sano en algún grado, dentro de un vehículo mental, esa persona es el Fusible; si él salta, todos saltan. Y ese sí que es un verdadero pasaje de ida.
No lo volví a ver desde aquel día en la comunidad hasta cuando ya estábamos a dos semanas de Endrim, rumbo al Centro. Por supuesto que había sido consiente de su presencia, pero hay una diferencia entre ese tipo de conciencia y un encuentro frontal: la primera es nebulosa, algo que tiene una vaga repercusión; el segundo es total, real, tangible. La diferencia es importante y lo fue para mí.
Había fijado las coordenadas y dispuesto los grados del descenso por el pozo hacia el Centro; en la Región Posterior, en la zona ubicada a un lado del espacio real, el pozo de gravedad actúa sobre la nave mental como una bomba de succión: provee todo el impulso necesario para llegar hasta el Centro, de modo que todo lo que se necesita es un sistema de vectores y una cuadrilla de vigilancia que observe las burbujas en los continua. Subir desde el Centro es algo totalmente distinto: ahí sí que hay que luchar todo el tiempo, poner en funcionamiento corrientes luminosas mientras se abre uno el camino inverso por ese pozo negro, nadando hacia estrellas transparentes diseminadas en la niebla espectral del hiperespacio. Todo es lucha en el viaje hacia afuera, y es allí donde el Fusible soporta la peor carga. Eso explica por qué lo encontré en el salón de descanso, tomando algo y escuchando a los tranquilos componentes de la tripulación intercambiar cuentos sobre otros viajes, en otros tiempos. Los observaba y, al mismo tiempo, sus ojos tenían esa mirada extrañamente lejana que revela al Fusible como Sensitivo. En el viaje hacia adentro podía permitirse abandonar su puesto; en el viaje hacia afuera no habría tenido tiempo para mostrarse sociable. De modo que estaba allí sentado, bebiendo y escuchando con una mirada distante y pasiva.
Me acerqué a él.
Charlamos un poco: una charla insustancial y tranquila, entre un Capitán y uno de sus oficiales. Mostraba cierta reticencia al hablar sobre los momentos de su vida anteriores a su llegada a Endrim; cuando le pregunté, al pasar, por su primera época, antes de que abandonara el Centro, se volvió más taciturno. Parecía encerrarse en sí mismo, con una leve tensión en los tendones del cuello... nada definido, nada demasiado evidente, sólo un retraimiento repentino. Sus respuestas seguían siendo suaves, no había rastros de tensión en la voz, pero evadió el tema de plano con una sola frase, haciendo recaer la conversación en mi persona y en mi pasado. Cosa extraña, ese cambio no me pareció abrupto entonces; tal vez yo quería hablar de mí mismo y sólo había estado haciendo tiempo a la espera de las inevitables preguntas de su parte. Era algo amable, superficial, o al menos eso parecía.
Hablé entonces de mi vida en mi mundo natal, un planeta desértico. El Fusible escuchaba y su atención parecía actuar como una válvula, haciendo salir de mi pasado cosas que había dejado sedimentar durante años y otras de las que había sido consiente pero que había mantenido sepultadas y no había vuelto a examinar desde aquel tiempo.
Estar solo durante una tormenta de arena, agachado en un oscuro rincón de acero frío mientras el viento azotaba las paredes exteriores con una lluvia de arena seca; ver morir a un amigo y ser demasiado chico, demasiado joven para ayudarlo; estar solo años después, pero deseoso de no estarlo nunca más, y dejar el mundo rumbo al espacio, donde las paredes seguían siendo de acero helado, donde otros vientos azotaban los exteriores con arena seca, pero donde uno no estaba solo, donde había otros que conjugaban sus mentes con la de uno; hablar de la necesidad visceral de estar adentro, lejos de la desnuda extensión de vacío y polvo, de ocultarse dentro de una estructura de acero reconfortante, recorriendo los espacios. Le hablé de una caja que había visto una vez, que tenía dentro otra caja, que llevaba otra adentro, capa tras capa, hasta desembocar en un cubo final que no se podía abrir. Le hablé de todo esto con tonos lánguidos, y pensaba entonces que no era más que una charla ociosa entre el Capitán y uno de sus oficiales.
Él prestaba atención, con las manos bailoteando en las extremidades de sus brazos:
independientes, animadas con una vida propia. O tal vez no tan ajenas al resto de la persona.
No volví a hacerle preguntas sobre su vida; ese tema parecía lejano, sin importancia.
Después de un rato me fui. Hicimos el trayecto hacia el Centro por debajo de la línea. Habíamos trazado la carta de la mayor parte del espacio coordinado que se nos había asignado en momentos en que el Charter zarpó, cuatro vueltas atrás, bajo el mando de otro Capitán y de una tripulación en parte diferente. Dos vueltas más y abandonaríamos. La vuelta siguiente nos llevó a través del plano central de la espiral; cinco semanas sin ningún incidente fuera de la nave y con un único incidente adentro.
Fue el Cocinero el que me lo advirtió. Acababa de abandonar el control cuando se me acercó y me tiró del saco.
- Hay que hacer algo, rápido, rápido. El Fusible. Se va, tal vez salte ¿eh?
- ¿Qué?
- Está sentado. No le habla a nadie. Algo malo pasa. Me juego que algo pasa.
Sacudió la cabeza y un mechón de pelo renegrido le descubrió los ojos por un instante y volvió a cubrírselos después. Lo miré fijo, tratando de entender lo que me había dicho.
El Fusible.
- ¿Dónde está?
- En el comedor. Está sentado y nada más, no habla, está sentado ahí, bebiendo.
Malo, malo. Bajé por el vestíbulo, dándome cuenta de que iba al trote, llegué a la barra y bajé tres niveles hasta el comedor donde la tripulación compartía el rancho.
Estaba sentado solo, acababa de volver del mostrador donde se servía el café y bebía sorbos de una taza humeante, mirándose con insistencia las manos.
- ¿Qué le pasa?
- Nada.
Se encogió de hombros y ensayó una sonrisa tibia. Me deslicé a un lugar frente al que él ocupaba, manipulé nerviosamente el control remoto que había en mi mesa y esperé que me preparasen café caliente. Los músculos de mis tobillos palpitaban con espasmos rápidos (un tic que tengo). Miré al Fusible.
Tenía los ojos clavados en sus manos y de tanto en tanto tomaba un sorbo de café.
- El Cocinero dice que algo pasa.
Dijo que no, que no pasaba nada.
Me sentí incómodo allí sentado con él. Todo lo que emanaba de él era tranquilo, amable, y sin embargo yo me sentía incómodo. Me di cuenta de que prácticamente lo había evitado con toda deliberación desde aquel día en el salón de descanso. Estar cerca de él me hacía sentir incómodo, no sabría explicarlo.
- ¡Carajo! Diga algo.
Lo hizo. Empezó a hablar, suavemente, sobre nada en particular, comentando primero la serenidad de la marcha, las actitudes de la tripulación, quién tenía relaciones con quién, cuánto le gustaba la nave, lo contento que estaba de tenerme por Capitán, cómo admiraba mi calma y mi sensatez, cómo le gustaba el Maquinista, cuánto se alegraba de gustarle a todos los demás, divagando, hablando sin decir nada. Las manos se deslizaban sobre la superficie de la mesa, acariciándola suavemente, como quien alisa las arrugas de una sábana, deteniéndose a tomar la taza, sosteniéndola, volviendo a colocarla sobre la mesa. Él seguía hablando y yo dejé de prestar atención. No quería prestar atención, en realidad no quería ni siquiera oírlo. Finalmente me levanté de la mesa. Dejó de hablar y levantó la mirada hacia mí.
- ¿Pasaba algo?
- No - contesté con cansancio -. No. Está todo muy bien. Todo perfecto, Lo veo después.
Salí, sintiéndome débil. Había algo que me machacaba en lo más profundo de la conciencia, pero lo hice a un lado, como hice a un lado el recuerdo del Fusible allí sentado, mirándome salir, con los ojos vacíos e inexpresivos. Aparentemente.
(¿Qué era lo que había esperado de él? ¿Por qué me sentía herido e impulsado a herirlo al ver frustradas mis expectativas? ¿Qué pretendía de él, además de que fuera un buen Fusible? ¿Por qué lo había elegido entre tantos? ¿Por qué a él?)
Lo vi vagar por los pasillos de la nave; se movía lentamente por los salones, cabizbajo cuando seguía un rumbo errante por el borde de la nave mental, donde actuaba la gravedad. Moviéndose como un pobre fantasma, parecía siempre absorto en sus pensamientos, aunque sabíamos que esa mirada triste era característica de un Sensitivo que está en contacto. Suscitó comentarios diversos entre la tripulación.
Algunos pensaron que estaba un poquito loco, otros que era el más cuerdo de todos nosotros y estaba perdido en nuestra locura. A mi modo de ver tanto unos como otros se equivocaban. Era diferente, estaba solo, separado del resto. Podría haberse dicho que era un desapasionado, pero no es verdad. Lo vi a veces cuando creía estar solo y se sacudía hacia atrás y hacia adelante, murmurando algo en una voz muy baja y rítmica entre jadeos. Me habría parecido una conducta extraña en cualquiera que no fuera un Fusible, pero los métodos que utilizan los Fusibles para mantener su salud mental suelen ser más extraños que la locura misma.
Eso fue lo que pensé en ese momento. Ahora comprendo que en realidad yo no quería entenderlo, no quería ver cómo se estaba desmoronando por dentro. No quería verlo. Él era simplemente el Fusible.
Así siguió la cosa. Él prestaba atención, hablaba algo, muy poco, de sí mismo (nada de importancia, nada esencial) y, cuando estaba en su puesto, se hacía cargo de nuestras locuras.
Y en nuestra tercera vuelta, a tres semanas de distancia de Centauro, nuestro Fusible saltó.
Control mental:
Estaba lejos de la nave, lejos del globo de luz formado por redes de potencia y de energía, cien globos de mente que ruedan sobre sí mismos como las olas sobre una playa fangosa, revolviendo hollín y suciedad y regresando luego a la negrura gris verdosa, formando espumosas serpentinas de potencia. En el centro mismo de la silenciosa tempestad de locura brillaba como una gema el prisma de luz del campo mental del Fusible, que parecía absorber como en un remolino la oscuridad de la locura apenas comenzada a generarse, enviando lejos del vehículo esa riqueza de ébano con un impulso de vibrante zafiro, que empujaba al Charter hacia la Región Posterior, dejando una estela blanca y azul, una hélice de fuerza.
Más allá de la nave estaban los astros: opacos, algo fuera de foco, como vistos a través de un velo de lino; al frente, la oquedad abovedada del espacio sombrío se veía salpicada con manchitas de oro y carmesí: la corriente hiperespacial.
Estaba fuera de la nave y lo guiaba con cautelosas cargas de potencia a lo largo de los ejes laterales, a lo largo de los planos, a lo largo de los vértices estrechos. Estaba fuera de la nave, dentro de mi mente, vigilando la conducción.
Cien almas enfermas derramando la suciedad de su locura, que el Maquinista retorcería, curvaría y haría pasar por un embudo; cien almas enfermas filtradas a través de una única alma cuerda, la válvula de seguridad: el Fusible.
La corriente de energía era un flujo vibrante e incesante.
Podía sentir cómo el Centro me atraía con su pesa, me tironeaba de los bordes de mi perspectiva, la misma sensación que se tiene cuando uno se trepa a una torre muy alta con un fardo pesado atado a la espalda: uno se siente en posición oblicua. Compensé el tirón, la nave se desvió y nos movimos lentamente a través de la corriente.
Imágenes:
Torsión...
Agachado al sol, sudando por los poros abiertos, el líquido corre por el interior de mis brazos, baja por los costados, por la cintura... sofocándose, muriendo, esperando que alguien venga y no viene nadie. Se fue; es mi culpa. Se fue. Mundo desértico. (Pensamientos agradables de la joya: frescor, alivio, desagote de la memoria.)
Torsión...
Una habitación oscura y fría me rodea por completo, sonidos palpitantes en mis venas, en mi cráneo estoy solo, muerto de miedo, de pánico...
(Sus manos llegaron hasta mi mente y arrancaron la locura, dedos de seda de la gema que barre mis pensamientos... frío)
Torsión...
Caos en la sala de control: incendios, consolas y pantallas que se destruyen, la
respiración afanosa de un loco en el tablero de control del Capitán, le sale sangre negra de la nariz y traza un río escarlata hasta el mentón. Gritando, lo saqué de un empujón de la silla, vi el cuerpo plegándose sobre sí mismo como un papel arrojado al fuego, indefenso, minúsculo, una muñeca de trapo tirada. Me encaramé el equipo del Capitán y encontré los alambres...
(Y el Fusible hizo drenar los venenos de mi mente y quedé limpio, purificado... )
La nave continuó su marcha.
Estaba en la sala de control y me caí hacia adelante cuando algo sorprendió al charter y lo sacudió.
Las paredes se ladearon a mi alrededor. Caí deslizándome desde el equipo y agarrándome el brazo antes de que los alambres me desgarraran la piel. A lo lejos sonaron las alarmas. De algún modo volví a instalarme junto al tablero, me coloqué los cinturones de seguridad alrededor del pecho y los aseguré alrededor de mis pies. Un nuevo sacudón arrojó la nave hacia adelante. Golpeé contra las correas y reboté.
- Maquinista... informe acerca de la situación.
Calma. Brotes de calma jugueteaban con las sombras de pánico que seguían germinando en mi conciencia. Me aferré al brazo del sillón, forzándome a relajarme.
Forzándome...
Interrumpí el discado de la sala de máquinas.
- ¿Dónde está el Fusible? Quiero que venga a la sala de control de inmediato.
- Sí, señor.
Pulsé una tecla que había a la izquierda del tablero y estudié el aspecto exterior de la nave. Se veía una oquedad gris que se curvaba a cada lado, sin otra marca en la pantalla que la masa congelada del centro muerto de un negro vibrante.
- No está en su puesto, señor.
- Búsquelo, entonces.
No estaba en su puesto. La nave iba rumbo a casa y se precipitó.
Clavé los ojos en la pantalla, sin ver la imagen. No estaba en su puesto.
- ¿Señor?
- ¿Qué pasa?
- Lo encontramos, señor.
- ¿Dónde?
- En el... en el comedor, señor. Tomando café. ¡La puta que lo parió!
- Mándelo arriba.
- Sí, señor.
El vehículo volvió a tambalearse hacia adelante y la imagen de la pantalla titiló, se redujo, volvió a crecer. Emití impulsos para contrarrestar el golpe.
Un silbido neumático a mis espaldas indicó que el Fusible había entrado en la habitación.
- ¿Dónde mierda estaba?
Empezó a darme explicaciones pero lo interrumpí.
- No importa. A partir de este momento su puesto está aquí; quiero que esté cerca cuando intentemos abrirnos camino por ese agujero.
No respondió. Yo volví a mi trabajo, corrigiendo, alimentando las computadoras que había a lo largo de las paredes de la sala de control, transmitiendo las decisiones y los ajustes a lo largo de los circuitos mentales que comunicaban las distintas partes de la nave.
Hice una pausa y le eché una ojeada.
Se hallaba a punto de saltar.
Estaba en la posición adecuada, sentado con desgano, desmoronado sobre la mesa de máquinas que conducía hacia el tablero de control del Capitán, con los hombros echados hacia atrás, un haz de músculos temblorosos. Las manos se estremecían
sobre los botones de su gabán, tratando de apresar el broche de un cierre relámpago, más nerviosas de lo que las había visto nunca. Tenía los ojos ensombrecidos y no pude encontrarle la mirada, No era nada nuevo... pero sólo entonces parecía cobrar un significado. Antes...
- ¡Dios mío!
No pareció oírme.
Si me hubiese ocupado un poco lo habría visto venir. Tal vez con un poco más de atención...
Es inútil.
Manoteé la ranura que había debajo del brazo izquierdo del sillón y encontré la jeringa cargada que se guardaba allí para uso exclusivo del Capitán. Lo agarré de un brazo y se la clavé. No pareció sentir nada.
No respondió. Ni siquiera pareció oírme.
Lo dejé solo, hice las conexiones para comunicarme con el timón mental y apagué las luces.
Negro:
Gritos:
Retorciéndome y vivo:
Luz.
Una gran llaga ulcerosa, color ébano, se encrespó desde afuera, parecía venir de todas partes y nos envolvió.
Impulsé el vehículo hacia adelante, apartando y rasgando las capas del hiperespacio...
...cajas que tienen dentro otras cajas y (una forma fantasmal vino hasta mí y me sacó el miedo absorbiéndolo en su interior)...
...golpeando contra el pozo de gravedad que nos tragaba, chocando contra las olas de un mar de fuerzas, mientras el sol candente brillaba alrededor, la Región Posterior consumida por el calor, la estructura de hiperespacio arrugándose en una tormenta de energía al rojo vivo, y la fibra que se inclinaba, se retorcía y se nos caía...
Torsión...
El sol candente, la locura de bronce dorado que salta cada vez más lejos, en círculos
más y más amplios...
(Llegaron manos de sombra y se llevaron nuestra locura)
(Manos débiles, suaves, frágiles... como un tejido) (Un tejido en una maelstrom)
(Rompiéndose)
Cien almas enfermas derramaron su locura, y el desagüe tragaba el licor que supuraba, y nos impulsaba hacia adelante, encauzando la potencia como por un embudo, guiándonos.
La mancha negra hizo erupción delante de donde estábamos.
Hice que la nave diera un rodeo, alejándose... la enderecé nuevamente y después la hice andar a toda marcha. Estábamos perdidos, atrapados en una corriente lateral, atascados en el espacio lateral, fluctuando entre lo real y lo irreal, entre adentro y afuera... perdidos. Donde hablamos estado floreció la mancha negra, creciendo y derramándose como tinta... y después se secó. La nave se deslizó a través de un pliegue del espacio, y emergió a la medianoche rojinegra de afuera. Avanzamos por una calma repentina. Las estrellas eran tizas brillantes sobre un cielo de terciopelo pintado.
Silencio.
Silencio en todas partes...
...no.
Desde algún oscuro rincón de nuestra conciencia colectiva llegó un quejido apenas perceptible, no el grito descarnado que provoca el sufrimiento físico... sino un gemido mental plañidero.
El Fusible. Volví a la sala de controles, me arranqué las correas de seguridad, me quité el equipo de Capitán... y encontré al Fusible tirado sobre el piso a pocos centímetros de mis pies, con los brazos extendidos como tratando de atrapar algo que todavía estaba fuera de su alcance.
Su mente se había extraviado, se había perdido en algún momento de la tormenta de locura que yo le había obligado a drenar. Yacía hecho un ovillo a los pies del tablero, enroscado en posición fetal, con su cabello claro cayendo en desorden sobre sus ojos clavados en el aire, sin pupilas. En algún momento del vuelo se había mordido la lengua y un surco de sangre rojinegra goteaba de los labios hasta el piso, donde se había empezado a coagular. Tenía las ropas hechas jirones y le sangraban los brazos. Gemía cuando me acerqué a él, un gemido gorgoteante que escupía coágulos de sangre. Me incliné sobre él de inmediato, quité los alambre retorcidos que tenía en la frente, lo ayudé a incorporarse. Era un cuerpo inerte que se me desplomaba entre las manos; los huesos parecían estar saliéndose de la piel como palos secos. Lo miré con atención y después de un momento lo dejé nuevamente en el suelo para que gimiese solo, en silencio.
Nos cortamos con cuchillos pequeños. Un viejo no importa tanto, pero con un muchacho es distinto: el viejo es algo que vamos a llegar a ser... el muchacho es algo que fuimos.
¿Por qué contraté a un Fusible novato? No fue sólo porque también yo era un novato; claro que no fue sólo por eso: algo oscuro en mi interior me impulsó a lastimarme a mí mismo, a lastimar al Fusible... a golpear un montón de odios y frustraciones que no habría podido tocar antes de liberarme de ellos... Algo relacionado con un planeta de arena... Pero sigo sin poder tocar. Nunca podré hacerlo.
A veces pienso en ese Fusible, en lo que le hice. A veces tengo pesadillas en las que
estoy atado a una mesa y la gente me clava cuchillos y alfileres, y me agujerea con asuntos privados, y yo grito, no por mí, sino por ellos. A veces son el desagüe de otro hombre y me doy cuenta de que todos somos sanguijuelas.
A veces estoy un poco loco.
Pero no dura mucho tiempo.
Enseguida vienen los dedos de seda y se llevan el dolor...

FIN

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